La reciente imposición de un arancel del 25% por parte de Estados Unidos a los vehículos importados ha desatado una oleada de incertidumbre y tensión en la industria automotriz internacional. Esta medida afecta a más de 7 millones de automóviles, lo que representa más de la mitad de las ventas de vehículos en el país norteamericano. La decisión ha sido percibida por muchos líderes del sector como una amenaza directa a la estabilidad de un mercado que depende en gran parte de las cadenas globales de producción y comercio.
Entre los fabricantes más perjudicados se encuentran Volkswagen y Mazda, ya que cerca del 80% de sus modelos vendidos en Estados Unidos provienen del extranjero. Volvo se ve aún más afectada, importando el 90% de sus unidades. Por el contrario, Ford, que solo importa una fracción mínima de su producción, se encuentra en una posición relativamente más segura, aunque no exenta de complicaciones.
La respuesta de las marcas no se ha hecho esperar. Stellantis ha tenido que suspender temporalmente operaciones en sus plantas de Canadá y México, un movimiento que pone de relieve la fragilidad de la interdependencia regional en América del Norte. Jaguar Land Rover optó por paralizar las entregas en suelo estadounidense durante un mes, mientras que Audi mantiene vehículos ensamblados fuera de Estados Unidos retenidos en los puertos. Mercedes-Benz, por su parte, estudia seriamente la posibilidad de eliminar de su catálogo los modelos más asequibles, anticipando una caída de la demanda ante el encarecimiento generalizado de sus productos. BMW, que también depende en gran parte de las exportaciones, estima que los aranceles le costarán mil millones de euros en beneficios en 2025.
El impacto no solo afecta a los fabricantes, sino también al mercado en general. Las proyecciones apuntan a una disminución anual de más de un millón de unidades en las ventas de vehículos en Estados Unidos. La cifra, que podría reducir el volumen total a entre 14,5 y 15 millones de unidades anuales, marcaría una caída cercana al 10%. Esto se suma a los desafíos que ya enfrentan los fabricantes europeos, quienes también han visto caer sus cifras en mercados clave como China.
En medio de este caos, hay un claro beneficiado: las marcas chinas. Aunque su participación en el mercado estadounidense sigue siendo limitada debido a restricciones políticas y logísticas, su expansión en otras regiones avanza a pasos agigantados. En Europa, por ejemplo, las ventas de vehículos chinos han aumentado un 64% en comparación con el año anterior, alcanzando cuotas de mercado que antes eran impensables. Su éxito radica en una combinación de precios competitivos, tecnología eficiente y una oferta creciente de modelos eléctricos e híbridos.
Todo este panorama refleja una paradoja difícil de ignorar. Mientras Estados Unidos busca proteger su industria nacional elevando barreras a las importaciones, los efectos secundarios de esta política podrían estar allanando el camino para que las marcas chinas consoliden su presencia en mercados clave del resto del mundo. En lugar de fortalecer la industria estadounidense, las medidas arancelarias podrían estar acelerando una transformación global que favorece a los nuevos gigantes del automóvil.
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