El Aston Martin DB5 no solo es uno de los automóviles más bellos jamás construidos, también es un símbolo de distinción, innovación y cultura popular. Su silueta atemporal, su refinamiento artesanal y su conexión con el cine lo han elevado al estatus de leyenda. Pero más allá de su fama como el coche de James Bond, el DB5 representa un momento clave en la evolución del automovilismo británico: cuando lujo, desempeño y estilo se combinaron con una naturalidad impecable.
Lanzado en 1963 como sucesor del Aston Martin DB4, el DB5 fue diseñado por la célebre casa italiana Carrozzeria Touring bajo su método de construcción patentado “Superleggera”, que empleaba una estructura de tubos ligeros recubiertos por paneles de aluminio. El resultado fue una carrocería fluida, esbelta, perfectamente proporcionada, que aún hoy es referencia obligada en cuanto a belleza y clase.

Debajo de su elegante exterior, el DB5 escondía un espíritu ferozmente deportivo. El motor de seis cilindros en línea de 4.0 litros, alimentado por tres carburadores SU, producía 282 hp en su versión estándar, aunque existía una versión Vantage que llegaba a los 325 hp. Este propulsor iba acoplado a una caja ZF manual de cinco velocidades (una evolución significativa respecto a la de cuatro marchas del DB4), permitiéndole alcanzar los 100 km/h en apenas 7 segundos y una velocidad máxima cercana a los 230 km/h, cifras impresionantes para su época.
A nivel técnico, el DB5 también representó una evolución notable. Incluía frenos de disco en las cuatro ruedas, suspensión delantera independiente y un eje trasero rígido, todo ello perfectamente equilibrado para ofrecer una experiencia de conducción firme y cómoda. La cabina era una joya de la artesanía británica: tapicería de cuero Connolly, paneles de nogal pulido, relojes Smiths en el tablero y una atmósfera de auténtico club inglés sobre ruedas. Incluso contaba con elementos de lujo como elevalunas eléctricos y aire acondicionado, poco comunes en los deportivos de la época.

El Aston Martin DB5 no tuvo una producción masiva. Se fabricaron apenas 1,059 unidades del coupé estándar entre 1963 y 1965, más unas 123 unidades convertibles y una muy limitada cantidad de versiones Shooting Brake. Esta exclusividad, sumada a su belleza y desempeño, lo convirtió rápidamente en un coche deseado por la élite mundial. Sin embargo, su consagración definitiva llegó en la pantalla grande.
En 1964, el DB5 hizo su debut cinematográfico en Goldfinger, la tercera película de James Bond protagonizada por Sean Connery. Con gadgets ocultos como ametralladoras, asientos eyectables y una matrícula giratoria, el coche robó cámara y se convirtió instantáneamente en sinónimo de 007. Esta aparición fue tan icónica que el DB5 regresaría en múltiples entregas de la saga, convirtiéndose en un personaje más, un símbolo de la sofisticación letal del espía británico.

La combinación de ingeniería precisa, elegancia clásica y presencia cultural hizo del DB5 un ícono global. Incluso décadas después, continúa siendo objeto de deseo en subastas, con precios que superan los millones de dólares, especialmente si se trata de unidades utilizadas en el cine o modelos Vantage raros. Su impacto ha sido tal que Aston Martin lo ha revivido en ediciones especiales, como la DB5 Goldfinger Continuation, una réplica exacta con algunos de los gadgets originales, creada para coleccionistas con alma de agente secreto.
El Aston Martin DB5 es mucho más que una hermosa máquina. Es un testimonio de una época en la que los autos eran diseñados con lápices, construidos con manos expertas y pensados para ser conducidos con guantes de cuero y alma deportiva. Su legado vive tanto en los garajes de coleccionistas como en las salas de cine, en la historia del automovilismo británico y en la memoria colectiva de quienes entienden que un gran coche puede ser mucho más que una máquina: puede ser arte, cultura y emoción.
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