17/07/2025

1966 Chevrolet Corvette Sting Ray: el músculo americano que nunca pasa de moda

En la historia del automóvil estadounidense, pocos nombres evocan tanta pasión como el Corvette. Y dentro de esa genealogía legendaria, el Sting Ray de 1966 ocupa un lugar privilegiado. Fue el año en que el Corvette dejó de ser solo un deportivo ágil y se transformó en un monstruo de potencia, estilo y presencia. Un automóvil que no solo definió una era: la sigue dominando hasta hoy.

Diseñado en plena guerra de cilindros entre las marcas de Detroit, el Corvette de segunda generación (C2) ya era un éxito gracias a su diseño aerodinámico, su carrocería de fibra de vidrio y su configuración de motor delantero con tracción trasera. Pero en 1966, Chevrolet decidió ir más allá: introducir el motor Big Block 427 pulgadas cúbicas, un V8 de 7.0 litros que convirtió al Sting Ray en un depredador de carretera.

Este motor, disponible en la versión L72, entregaba 425 caballos de fuerza y un torque brutal. El sonido que producía era denso, grave, lleno de carácter: un rugido que aún hoy levanta piel de gallina. Con una aceleración de 0 a 100 km/h por debajo de los cinco segundos, el Sting Ray se posicionaba como uno de los autos más rápidos del mundo. No había ayudas electrónicas, ni modos de conducción. Solo embrague, palanca de cambios, y carretera abierta.



Estéticamente, el Corvette de 1966 era una obra de arte. Conservaba las formas musculosas que debutaron en 1963, pero con refinamientos sutiles: nuevas rejillas en los guardabarros, insignias actualizadas y un capó abultado que dejaba claro que algo serio se escondía debajo. Su silueta baja, el perfil de cabina adelantado, las luces escamoteables y los acentos cromados lo convertían en una mezcla perfecta de agresividad y elegancia.

La transmisión manual de cuatro velocidades reforzaba el carácter purista del coche. La suspensión independiente en ambos ejes —una rareza para la época en autos americanos— permitía una conducción más precisa, con mayor control en curvas. Este Corvette no era solo rápido en línea recta: también sabía doblar.

El interior era otro espectáculo. Volante de tres radios, relojes clásicos redondos con fondo negro, detalles metálicos y cuero. Todo en el habitáculo transmitía una sensación de propósito. Aquí no había concesiones al confort burgués: todo estaba enfocado en el conductor, en la experiencia de manejo, en la conexión con el vehículo.



En cifras, se produjeron más de 27,000 unidades del Corvette en 1966, pero solo poco más de 5,000 llevaban el motor L72. Esto lo convierte hoy en una joya codiciada, altamente valorada por coleccionistas y restauradores. Su precio en el mercado clásico no deja de crecer, no solo por su rareza, sino por lo que representa: el apogeo del muscle car americano, con diseño impecable y mecánica sin filtros.

Conducir un Sting Ray de 1966 no es simplemente acelerar. Es una experiencia sensorial completa. Es el olor a gasolina sin plomo, la vibración en la palanca, la resistencia del pedal de embrague, el rugido que envuelve la cabina, la mirada que inevitablemente atrae. Es la conexión con una época donde la pasión dominaba el diseño, donde los ingenieros pensaban con el corazón y no con hojas de cálculo.

El Chevrolet Corvette Sting Ray 1966 no solo fue uno de los mejores autos de su generación. Es uno de los mejores autos de todos los tiempos. Un símbolo de libertad, fuerza y carácter. Y a casi seis décadas de su nacimiento, sigue rodando con la misma autoridad con la que conquistó las autopistas de América.