Pocas veces en la historia del automovilismo se ha visto una rivalidad tan intensa como la que dio origen al Ford GT40. No fue solo un proyecto técnico: fue un grito de guerra, una declaración de orgullo y poderío. Ford no solo quería ganar en Le Mans. Quería humillar a Ferrari en su propia casa: las 24 Horas. Y lo logró. Cuatro veces seguidas.
Todo comenzó a mediados de los años 60, cuando Henry Ford II intentó sin éxito comprar Ferrari. El rechazo de Enzo Ferrari desató una furia empresarial sin precedentes. La orden fue clara: “Vamos a construir un coche que venza a Ferrari en Le Mans”.
Así nació el GT40. Su nombre proviene de su altura: apenas 40 pulgadas (1.02 m). Su forma baja, alargada, afilada, parecía esculpida para cortar el aire a velocidades absurdas. El chasis inicial se inspiró en prototipos europeos, pero fue completamente rediseñado por ingenieros estadounidenses. La clave fue montar un motor V8 central, inicialmente de 4.7 litros, que luego creció hasta los legendarios 7.0 L en su versión más poderosa.
La primera gran victoria llegó en 1966, cuando el GT40 Mk II, desarrollado con la ayuda de Carroll Shelby y pilotado por leyendas como Ken Miles y Bruce McLaren, barrió a Ferrari con un 1-2-3 en la meta. Fue la primera vez que un coche estadounidense ganaba en Le Mans… y no sería la última. El GT40 se mantuvo imbatible durante cuatro años consecutivos: 1966, 1967, 1968 y 1969.


Cada versión del GT40 fue afinada como un instrumento de guerra. El Mk IV de 1967 fue íntegramente diseñado y fabricado en Estados Unidos, con carrocería aerodinámica y chasis de aluminio. Fue una bala que no solo ganó, sino que dominó. Las versiones ligeras que compitieron en 1968 y 1969, decoradas con los inolvidables colores azul y naranja de Gulf, ofrecían una combinación perfecta entre peso reducido y equilibrio, con motores V8 que superaban los 500 caballos de fuerza.
El GT40 no era solo rápido. Era brutal, exigente, ruidoso. La conducción era física, directa, sin asistencias ni concesiones. Cada curva era un reto, cada recta una descarga de adrenalina. Pero eso no impidió que estos autos alcanzaran velocidades por encima de los 320 km/h en el Mulsanne, en una época donde la seguridad era casi una ocurrencia secundaria.
Con menos de 105 unidades originales fabricadas entre 1964 y 1969, el GT40 es hoy un objeto de culto. Una pieza de arte mecánico que no solo representa la cima de la ingeniería americana, sino también una historia de obsesión, revancha y gloria. Su legado inspiró al Ford GT moderno, y su historia fue llevada a la pantalla grande en películas y documentales que siguen fascinando a cada nueva generación de fanáticos del motor.
Para muchos, el GT40 es más que un coche: es el símbolo de lo que se puede lograr cuando el orgullo se convierte en combustible y la victoria se convierte en obsesión. Cada vez que ruge, sigue resonando el eco de una batalla ganada con sangre, sudor y gasolina.
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