18/07/2025

Spa-Francorchamps: la catedral del automovilismo

Si existe un lugar en el planeta donde la velocidad, la historia y la emoción se funden en un solo trazo de asfalto, ese es el circuito de Spa-Francorchamps. Situado en el corazón de las Ardenas belgas, este trazado no es solo uno de los más antiguos del mundo, también es uno de los más desafiantes, peligrosos y reverenciados por pilotos, ingenieros y fanáticos del automovilismo.

La historia de Spa comenzó en 1921, cuando se diseñó un recorrido utilizando caminos públicos entre los pueblos de Francorchamps, Malmedy y Stavelot. Su primer Gran Premio se celebró en 1922, y solo dos años después nacieron las 24 Horas de Spa, que junto a Le Mans formarían la base del automovilismo de resistencia moderno. Aquel trazado original de casi 15 kilómetros era salvaje, rápido, y sin margen de error. Curvas como Burnenville, Blanchimont o el temido Masta Kink exigían un coraje sobrehumano.

En 1939 surgió uno de los íconos más recordados de cualquier circuito del mundo: la secuencia Eau Rouge-Raidillon. Un cambio de elevación violento, técnico, hermoso y mortal que hasta el día de hoy se mantiene como el termómetro definitivo del compromiso de un piloto. Si hay un lugar que representa el alma de Spa, es ese.



Durante los años 50 y 60, Spa era parte fundamental del calendario de la Fórmula 1. Sin embargo, sus altísimas velocidades, ausencia de zonas de seguridad y condiciones meteorológicas impredecibles lo convirtieron en uno de los trazados más peligrosos del mundo. La combinación de curvas rápidas, árboles a centímetros del asfalto y lluvia frecuente cobró la vida de varios pilotos, lo que llevó a una revisión urgente de su trazado.

Fue así como en 1979 se inauguró el circuito moderno: una versión más corta, de 7.004 km, que mantenía la esencia del recorrido original pero con mejoras en seguridad. Curvas como Les Combes, Bruxelles (antes Rivage), Pouhon o la chicane Bus Stop fueron incorporadas para equilibrar el trazado. Sin embargo, la columna vertebral del circuito —incluyendo Eau Rouge— permaneció intacta, lo que permitió que Spa siguiera siendo un desafío supremo.

Desde entonces, el circuito ha albergado no solo el Gran Premio de Bélgica de F1, sino también carreras míticas de resistencia como las 24 Horas de Spa, competencias del WEC, GT World Challenge, y pruebas de motos de larga duración. En cada una, Spa ha demostrado por qué sigue siendo un templo para quienes aman el automovilismo en su forma más pura.

Lo que diferencia a Spa no son solo sus curvas. Es su topografía, su clima impredecible, su legado y su alma. La lluvia puede aparecer solo en una parte del circuito mientras el resto permanece seco. El desnivel entre Eau Rouge y la recta de Kemmel supera los 100 metros. Cada vuelta en Spa es un ejercicio de lectura constante, adaptación y valentía. Aquí no basta con tener un auto rápido. Se necesita respeto.

Con los años, el circuito ha recibido múltiples actualizaciones: asfaltado moderno, escapatorias más amplias, gradas nuevas y sistemas de seguridad avanzados. Sin embargo, ha logrado lo que pocos trazados: conservar su carácter sin perder relevancia. En una era en la que muchos circuitos parecen réplicas sin identidad, Spa sigue siendo una joya única.

Correr en Spa es el sueño de cualquier piloto. Ganar allí es entrar a la historia. Y estar presente, aunque sea como espectador, es ser testigo de la belleza feroz del automovilismo verdadero. Spa-Francorchamps no es un simple circuito: es una catedral de velocidad, emoción y respeto.